una reflexión al pie del camino…
Eran las 9:00 de la noche y las cuatro patrullas de la Tropa Scout CRIDEM 46 formaban un enorme círculo en el patio de un colegio en Cocorná, en Antioquia, atentas a la actividad que había convocado la Jefatura. En nuestros uniformes, todavía se veían las huellas de la odisea que nos había tocado vivir, ya que, en la primera noche de campamento, cuando ya se había escuchado el toque de diana, se había desatado un torrencial aguacero que amenazaba con llevarse por los aires nuestras maltrechas carpas de lona. Tanta agua cayó, que el río Cocorná se desbordó e inundó toda la llanura, en la que habíamos armado nuestro campamento. Tuvimos que desarmarlo todo rápidamente, al oscuro, en medio de la lluvia y refugiarnos, de emergencia, en un establo de la Mayoría de la finca, con todo empapado, incluyendo los víveres y la ropa. Cincuenta y tres personas empapadas y asustadas.
Al día siguiente, al finalizar la tarde, luego de empacar lo que se había salvado de nuestras vituallas, la Tropa cruzó el río, todavía embravecido, y se trepó por un viejo camino de arrieros, convertido en un lodazal que nos llegaba hasta las rodillas, hasta alcanzar la carretera que llevaba, varios kilómetros después, hasta el pueblo. Finalmente, gracias a los buenos oficios del párroco, pudimos acantonar en un colegio. Todo el programa cambió, pero no el entusiasmo, el que la Jefatura de Tropa supo mantener, a pesar de los contratiempos. Fueron ocho días en los que pudimos, no solo conocer el pueblo y compartir con sus habitantes, sino disfrutar de su maravilloso paisaje, de sus agrestes quebradas y cascadas, enmarcadas por sus selvas tupidas, orladas de dianas. Hoy, cuarenta años después, los recuerdos siguen intactos, como si aquella aventura hubiera sido ayer.
Desde aquella primera aventura de la inundación, del cruce del río y de la llegada casi a la madrugada a un pueblo dormido que no esperaba ver aquel desfile de scouts vestidos de lodo, todo fueron sorpresas, pero ninguna como la que se dio aquella noche, luego de formar en un enorme círculo en el patio de aquel colegio. Nadie se hubiera podido imaginar lo que iba a ocurrir. Con la excusa de un juego, se escogieron a dos scouts de la patrulla Buitres: uno, patrullero ya investido; y otro, un aspirante que ya había pasado por las pruebas de Tercera Clase, demostrando su valía y empeño, pero que no había podido conseguir todavía su uniforme para poder ser investido. Les vendaron los ojos y los colocaron en medio del círculo, separados entre sí unos cuantos pasos, mientras la Tropa en pleno, en silencio, luego de que los Guías de Patrulla recibieran en privado las indicaciones del Jefe de Tropa, cambiaran la formación en círculo por la de una herradura. Entre tanto, uno de los subjefes les iba indicando a los dos scouts vendados que se fueran quitando la ropa hasta quedar solo en ropa interior. Dos de los subjefes los cambiaron de sitio, para desorientarlos. El juego consistía en volver a vestirse, a ciegas, lo más pronto posible. Toda la Tropa los animaba con sus gritos e indicaciones de dónde había quedado la ropa, solo que ellos no sabían que la habían colocado de manera de que cada uno terminara vistiéndose con la ropa del otro. Cuando por fin lo lograron, el Jefe de Tropa les pidió que se quitaran la venda. Toda la Tropa estaba en silencio, en perfecta formación para la ceremonia de investidura del aspirante, que no se la podía creer, ya que ahora sí tenía puesto un uniforme, el de su compañero, que lo miraba alegre, vestido a la vez con su ropa.
No sé qué sintió aquel muchacho en ese tremendo momento, pero sí sé que ha sido la ceremonia de investidura más hermosa y significativa a la que he asistido, no solo por lo que significó para aquel aspirante de la patrulla Buitres, sino porque me enseñó que en el Escultismo los jefes debemos hacer que cada experiencia, que cada momento que compartamos con los muchachos, se convierta en un recuerdo imborrable. Quizá algunos puedan pensar que la forma no fue muy ortodoxa, qué cómo iban a permitir que se hiciera una investidura con un uniforme ajeno en el que ya estaban pegadas todas las insignias, cuando lo que debe hacerse es tener la camisa sin nada e ir recibiendo todas y cada una de las insignias, para que luego, antes del amanecer, el nuevo scout las pegue él mismo y asista a la izada de bandera como se debe.
El Escultismo es un movimiento y, como tal, es dinámico, debe ajustarse a las circunstancias, valerse de ellas para enriquecer las experiencias de los niños y jóvenes, aunque eso sí, con su esencia y principios muy claros, con una identidad preservada, pero no solo aprendida por las costumbres de un grupo o por la herencia de un jefe, sino porque la hemos vuelto a absorber con la lectura de ese maravilloso y ajado libro de pastas gastadas de tanto viajar en nuestro morral, Escultismo para Muchachos, que cuenta con gran simpleza y claridad qué es el Escultismo. Somos parte de un Movimiento juvenil, de un juego muy serio pero divertido, en el que no podemos caer en lugares comunes con otras manifestaciones de la cultura y las sociedades. No somos un movimiento militar o los participantes y celebrantes de un ritual religioso, apegados a los protocolos por los protocolos mismos, algunas veces casi hasta llegar a la exageración, atrapados en la forma, en la minuciosidad del sargento o del capellán, dejando de lado el fondo de las cosas que hacemos, su verdadero sentido, embadurnándolo con formas, muchas de ellas heredadas, aparentemente ortodoxas, cuando tal vez provienen de algunas costumbres que no por viejas ofrezcan la garantía de reflejar el Espíritu y la Esencia del Escultismo.
El Escultismo es acción y la acción está en el verbo, como estos tres que he escogido para darle nombre a esta reflexión, sentado en una piedra, al borde del camino de mi vida scout. Como jefes, debemos procurar que todo aquello que hagamos como parte del Programa Scout esté guiado por estos tres grandes verbos, aunque bien sé que hay muchos otros que se deben unir a este juego para convertirlo en la mejor experiencia de la vida para los niños y jóvenes. Si nos quedamos solo en el Hacer, es muy probable que sea la forma de las cosas, lo superficial, lo que gobierne e impregne las actividades scouts. Nos podemos convertir en jefes expertos en los detalles, verdaderas fuentes de sabiduría de cómo izar o arriar una bandera, de qué lado se sale de la formación, con un girito forzado e irrelevante, casi chocante, como si de eso dependiera el equilibrio del Sistema Solar; si se camina o se trota, de cuál será el orden de jerarquía de los jefes o de los muchachos que habrán de pararse enfrente de la asta de banderas, de cuál será la distancia con precisión milimétrica entre ellos, de si se puede portar o no machete durante ese momento, de si se pueden usar chaquetas en medio del frío más atroz, como si ser scout y el respeto por las banderas desapareciera porque nos hemos abrigado en ese momento solemne ante los símbolos patrios o de la Asociación. Ante toda esa rigidez y protocolo mal entendido, lo más probable es que el sentido de izar o arriar bandera se haya perdido y, sobre todo, deslucido, mientras el gran experto de turno interrumpe la ceremonia, una y otra vez, para corregir una coreografía a la que cada uno le habrá agregado alguna cosa nueva aspirando a la medalla olímpica en nado sincronizado. Llevo muchos años asistiendo a izadas y arriadas de banderas en eventos scouts y no he podido aprender cómo es que se hace. Siempre hago algo mal y me toca aprender y desaprender. ¿Está ahí la importancia de este momento tan importante y representativo de nuestras actividades scouts?
Atrapado en estas formas, en esta matemática de los protocolos y los libretos tallados en acero de las ceremonias, es muy probable que aquel otro verbo, el de Sentir, ese que se conjuga desde lo más profundo de nuestro ser, tome por caminos pedregosos y nos procure sensaciones de aburrimiento, desilusión y ofuscación durante esa experiencia que puede haber pasado de solemne y sentida a pesada, aburrida y sin sentido. No podemos quedarnos en el hacer Escultismo, sino que hay que sentirlo, pero buscando siempre que esas vivencias reflejen la identidad del Movimiento, que cumplan su cometido y que, tanto niños, como jóvenes y jefes, salgamos de ellas enriquecidos del Espíritu Scout, esa sensación indefinible que nos hace sentir especiales por portar nuestro uniforme.
Antes de traer ese tercer verbo a estos renglones, quisiera llamar la atención sobre lo que se suele llamar la Técnica Scout, porque, dependiendo de la forma en cómo la entendamos, podemos quedar atrapados solo en el Hacer. Algunos pueden pensar que la Técnica Scout incluye todas esas formas que usamos para cada una de las actividades que llevamos a cabo, pero a mí me gusta pensar que la Técnica Scout es, precisamente, lo que significan estas dos palabras: las técnicas de los exploradores, el arte de los bosques. Esa es nuestra identidad, la que decidimos conservar cuando nos unimos de manera voluntaria al Movimiento Scout, porque así lo definió nuestro fundador. La Técnica Scout es la de los exploradores, pioneros, leñadores, pescadores y cazadores obligados a serlo por su supervivencia, marineros, guardianes de lejanos faros, científicos de lejanos campamentos polares, rescatistas, bomberos, fotógrafos de fauna, flora y paisajes, geólogos de campo, botánicos y zoólogos, capaces de disfrutar de la Naturaleza, entendiéndola, sabiéndose parte de ella, respetándola y actuando con responsabilidad para mantener su equilibrio.
El Escultismo tiene sentido en la Naturaleza, al aire libre. Todo eso es la Técnica Scout, lo que alimenta nuestra identidad como tales y no solo conocer al detalle cada movimiento en una formación, cada norma y procedimiento, todos los protocolos, la forma correcta de llevar el bordón, de caminar o saludar con él. Ser Scout es la suma de todas estas cosas; es la torre de vigía bien equilibrada, con coherencia y pertinencia, con formas que hagan brillar el fondo de todas las cosas que hacemos en lugar de deslucirlo o dejarlo en segundo plano. Procuremos que cuando los niños y muchachos digan de nosotros que somos Jefes Scouts muy técnicos, sea porque vean en nosotros a esos scouts que se desenvuelven bien en la Naturaleza y no a los que más normas y detalles de forma sabemos.
Finalmente, un Jefe Scout debe Pensar el Escultismo. No basta con Hacer y Sentir el Escultismo, hay que pensarlo. Hay que reflexionar sobre lo que significa ser Scout, sobre lo que esperan los niños y jóvenes, junto con sus padres, del Movimiento. Se pueden llevar muchos años vistiendo el uniforme, incluso llenarlo de insignias de ascenso y condecoraciones, sin que toda su magia nos haya transformado la vida, sin que todos esos símbolos de tela que se pegan en la camisa o cordones de cuero con cuentas de madera que se cuelgan del cuello se hayan afincado en nuestra alma, de manera que los Principios y Virtudes Scouts, que la Ley y la Promesa Scouts no sean meras palabras o frases que se saben y recitan, sino verdaderas guías de nuestra vida, esas características que se notan, que hacen que la gente diga cuando nos ven y tratan con nosotros: ¡Ah, claro, es que es Scout!
Este Pensar nos debe llevar, como Jefes Scouts, a darle una segunda y hasta una tercera mirada a esas cosas que hacemos como tales, a las actividades y experiencias que les ofrecemos a los niños y jóvenes, a los mismos jefes, nuestros compañeros de camino. Seguramente, encontraremos que muchas de ellas, aunque se lleven haciendo muchos años, aprendidas de jefes a los que recordamos con cariño y admiración, no tienen sentido, no enriquecen el ambiente de formación del Escultismo, no hacen brillar nuestra identidad como Scouts. No basta con que estas actividades sean divertidas y retadoras, es necesario que se ajusten a nuestra identidad como scouts. Hace cuarenta y dos años ingresé al Movimiento y suena lógico que, a esa distancia de mis primeras vivencias en la Tropa Scout, me pueda sentar ahora a pensar en ellas, en su sentido, pero la invitación es a que no esperemos todos esos años para hacerlo, ya que debemos y tenemos la obligación de hacerlo ahora que tenemos a los niños y a los jóvenes allí, frente a nosotros, ávidos de que los acompañemos por el maravilloso sendero del Programa Scout.
Tuve una vida de patrulla emocionante e inolvidable y una experiencia fabulosa como Jefe de Tropa, que me han alimentado los recuerdos y el espíritu durante todos estos años, pero, ahora, pensando y reflexionando sobre todas esas cosas, me doy cuenta de que, si volviera a tener otra vez la oportunidad, serían muchas las cosas que no haría, ni como scout ni como jefe. Por ejemplo, como la de aceptar que uno de los Subjefes de Tropa, obsesionado por mantener el espíritu competitivo entre las patrullas, nos hiciera hacer un carro romano con tres pesados troncos y hacernos cruzar a tres miembros de cada patrulla por un charco de seis metros de profundidad en el que estuvimos a punto de ahogarnos, también ciegos por ganar una competencia que violaba lo más elemental de los principios de la tensión superficial del agua y de la flotabilidad. O la de correr como tontos durante más de una hora, arriesgándonos a morir pateados por un asustado caballo al que teníamos que arrancarle tres pelos para ganar una competencia entre patrullas. Tres pelos, no dos, ni uno, ni un mechón. No, tres pelos de caballo. Afortunadamente, no nos pusieron el requisito de que tuvieran que ser uno rubio y dos negros. ¿Son estas actividades scouts? No, no lo son.
El Escultismo hay que hacerlo y sentirlo, pero, sobre todo, pensarlo, para entenderlo y mantener la llama viva de su verdadera identidad y propósito. Esto hay que hacerlo, no por nosotros, sino por esos niños y jóvenes que solo lo serán por unos pocos años, que se les irán veloces como gacelas, y que se han encontrado con nosotros, los Jefes, en este recodo del tiempo y el espacio, vestidos con la responsabilidad y el privilegio de llevarlos por este hermoso bosque lleno de aventuras y aprendizajes que es el Escultismo, para que, cuando hayan pasado muchos años, puedan decir que haber sido scouts ha sido la mejor experiencia de sus vidas.
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